junio 22, 2024

Una revolución que está comenzando y que se desarrolla a nivel global. Estoy hablando de la Economía Creativa. Un concepto que desarrolla el profesor Británico John Howkins a principios de este siglo y que atribuye a la creatividad la riqueza de las organizaciones y los estados. Es decir, aquellos que son capaces de generar más ideas innovadoras y que tengan la propiedad intelectual, industrial, empresarial de las mismas generan mayor valor económico. Además, las ciudades más prósperas serán las que logren concentrar un mayor número de personas pertenecientes a la denominada clase creativa.

La economía creativa es muy interesante en términos de empleo, inclusión, cohesión social y desarrollo de talento, como señalan múltiples informes de las Naciones Unidas, la Comisión Europea o el Banco Interamericano de Desarrollo. El objetivo de los países es crear las condiciones más favorables para desarrollar y atraer el mayor talento posible capaz de generar empresas, productos y servicios creativos. Esto ya lo están haciendo, desde hace años, muchos países en donde la economía creativa está siendo impulsada y liderada por diversas áreas de gobierno: en Alemania el Ministerio Federal de Asuntos Económicos, en Finlandia el Ministerio de Economía y Empleo, en Colombia con la implicación de la Presidencia del Gobierno, por poner algunos ejemplos. En África también nos encontramos referencias interesantes como puede ser Nigeria y Sudáfrica.

Cuando nos referimos a economía creativa hablamos, según UNESCO, de 30 millones de empleos en el mundo entre los jóvenes, el mayor porcentaje de paridad (cerca del 50% del empleo es femenino) y mayor nivel de estudios entre sus trabajadores. A nivel mundial la economía creativa, si fuera un país, sería la 4ª economía del mundo.

Esta economía ha aportado el 11.7 % al PIB al Reino Unido, en 2019 el turismo aportaba en España el 12,4 % del PIB. En Alemania la economía creativa aporta 102 Billones de euros y tiene más peso que la industria química y los servicios financieros.

Las empresas más innovadoras del mundo están en los lugares con mayor concentración de creatividad. No es casual que en California sean igual de importantes la economía digital (Silicon Valley) y la economía creativa (Hollywood) porque ambas se necesitan mutuamente. Ocurre lo mismo en Londres, París, Berlín, Seúl, Buenos Aires o Tel Aviv.

Perder este tren de la economía creativa implica que nuestras empresas serán menos competitivas porque dependerán de modelos de negocio, propiedad intelectual y patentes desarrolladas en otros países. Perderemos mucho talento que se irá a las ciudades en la que exista un ecosistema creativo más propicio. Nuestras empresas y responsables políticos no son conscientes de que no formar parte de la locomotora de esta economía, implica mucho para el bienestar de nuestra sociedad y el legado que dejamos a la juventud, con unos niveles de desempleo inadmisibles.

Podemos contentarnos con que en España se vive muy bien mientras leemos las noticias en nuestro dispositivo móvil con patente de corea del norte, o sentirnos muy orgullosos de los paneles solares de nuestras casas con patentes chinas, desplazándonos en nuestro coche con patente alemana aunque fabricado en España, trabajando con nuestro ordenador diseñado en california y más seguros gracias a la vacuna covid19 con patente inglesa, alemana, norteamericana… Podemos sentir que vivimos en un bienestar que realmente depende de la creatividad de otros.

Lo mismo que hablamos de soberanía energética, alimentaria o tecnológica es fundamental tomarse muy en serio la soberanía creativa. Hagamos todo lo posible para que nuestro bienestar dependa de la creatividad generada en España. Para finalizar quiero recordar que este año de la recuperación económica global, Naciones Unidas ha decidido que sea el año internacional de la Economía Creativa para el desarrollo sostenible. Nuestra ciudadanía, empresas, gobierno nacional, gobiernos autonómicos y locales tienen que reaccionar urgentemente, es increíble que no lo hayan hecho todavía, porque no podemos perder este tren.

El economista